la chio

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yo!

viernes, 8 de octubre de 2010

Nuestro Gran Día



Eran las diez de la mañana y yo me había olvidado de que era el “gran día” para mi hermano: Jeremías. Era su graduación en la universidad. Pensaba que no había nadie en mi casa porque tenían cosas comunes que hacer pero no. Mi padre estaba recogiendo su traje, mi madre en la peluquería y mi hermano haciendo mil cosas a la vez. Y yo en pijama con cara de zombi y sin hacer nada.

El vestido era lo más importante, así que me dirigí directo hacia la tienda, llevaba media hora de retraso pues la cita era para las once, pero eso ya no importaba. Sonó mi celular era mi madre, me estaba esperando en la peluquería. Recogí el vestido y corrí a que me hicieran el tedioso peinado.

Era increíble, se demoraron dos horas en hacerme el peinado. Si hubiera sido por mí, hubiera asistido a la graduación con mi típico cabello suelto con la raya al costado. No me gustaban las reuniones, ni fiestas, en general no me agradaba estar en lugares con mucha gente. Pero se trataba de algo importante para mi Jeremías, así que mis gustos no importaban mucho.

Las cinco de la tarde, estábamos todos listos. Hasta la novia de mi hermano estaba en la casa. Era extraño pues toda mi familia parecía otra. Pero a mí me faltaba algo: los zapatos. Se lo dije a mi hermano pues, mis padres se hubieran puesto histéricos. Él se río, como lo hacía siempre ante mis tonteras. Le dijo a mis padres que me enviaría a traer algo, no supe qué. Mis padres sospecharon algo, pero bueno, eso me dio tiempo de recoger los zapatitos.

Eran las siete y media de la noche, ya nada podía estar peor. Llame a Jeremías, sorprendentemente él estaba muy calmado, me dijo solo que me apurará. Eso fue lo que hice. Llegué a las ocho en punto, una hora y media tarde, mis padres me castigarían, eso era un hecho. Mi cuñada me dedicó una sonrisa, lo cual no me importaba. Mis ojos solo buscaban a mi Jeremías, y lo encontraron. Estaba al frente con una toga que cubría el tan lindo traje que se había mandado a hacer. Era el más guapo.

La ceremonia ya iba a terminar, nos pidieron que nos pongamos de pie. Era el momento principal. Cuando llamaron a mi hermano a recibir su diploma, las lágrimas invadieron mis ojos. No lo podía creer.

Todo terminó exactamente, un cuarto para las nueve. Corrí a abrazar a ese hombrecito, que era mi gran ejemplo. Pero antes de llegar a sus brazos, me caí. Todos voltearon, no me avergoncé pues ya estaba acostumbrada a hacer tonterías sin intención alguna. De pronto sus manos me recogieron, y con su gran sonrisa me cargó y me llevó en hombros por todo el local, así terminó nuestro gran día.

Rocío Villoslada Huamán